Aquí en mi regazo siento tu ira profunda
y tus latidos de acero acechan mi alma.
Succionas mi amor (y lo mantienes firme)
en estos tiempos de cromaticidad en que
nos hemos bautizado Hijos de la Tierra
sin antes haber aprendido a amarla.

Yo disfruto de tí cada segundo mientras
los demás ignoran tu vivo disfraz,
colorido y audaz que cautiva mi aliento
en tu seno divino.


Nada hay, sino tú, cuando me desvivo por el Infierno.

Mi Averno está cerca, contigo. Somos agua ardiente tambaleándose en la noche, fugaces y eternos, electrizantes.

No sin tu muerte muero por nuestras vidas y sollozo mal las melodías de tu hambre voraz, diablo de Sol y Luna; sin pausa fijas tu mirada en el lecho de mis días, me atormentas a paso
mudo. No hay luz en las murallas de tus labios y en las noches de frío ártico me gritas fuego y retumban las madrigueras de la humanidad mil veces por cada chispa de vida que me matas al acariciar la escarcha que tus latidos agrietan.


Y mientras me miras te miro yo,
en piedra y hueso, sin rencores
que muerdan nuestros sentidos
inmortales.